Cartel de la película. Foto subida a Wikimedia por Clayton Hartley |
El amor por la música a través de los ojos de Crowe
Nadie mejor que Cameron Crowe para narrar una historia sobre los entresijos de la música setentera, ya que en parte el film es autobiográfico debido a los inicios del director como crítico musical (el más joven que nunca haya escrito para la revista “Rolling Stone”).
El amor y la pasión por la música están presentes en cada una de las escenas, todo ello visto a través de los inocentes ojos de William, papel interpretado por Patrick Fugit, que traslada al espectador las sensaciones y emociones de pisar el escenario por primera vez o de compartir unos momentos con tus estrellas idolatradas a las que sueles observar a través de las portadas de los discos, descubriendo que detrás de ellas hay personas cuyas vidas no son tan diferentes al del resto de la gente y donde la envidia, el éxito, el fracaso, el amor y la amistad tienen el mismo significado.
También sirve este film como una mirada nostálgica, casi paternalista, hacia muchos de los grandes mitos de la música como Led Zeppelin, David Bowie o los Rolling Stones.
El maravilloso circo del rock
Hay que destacar tanto la extraordinaria fotografía como la banda sonora, escogida con gran mimo y que tiene su rol durante el metraje, acompañando unas escenas que rebosan magia y delicadeza como el despreocupado baile de Penny Lane sobre la pista vacía de público que antes había llenado el pabellón, el viaje en autobús tras uno de los desencuentros del grupo roto por el Tiny Dancer de Elton John o el accidentado primer desplazamiento en avión.
Dos mujeres brillan con luz propia: Frances McDormand, en el corto pero gran papel de madre severa con gran corazón y por otro lado la estelar actuación de una encantadora y adorable Kate Hudson como seguidora del grupo Stillwater, que ejerce de guía para William y de musa para el espectador a través del fastuoso y maravilloso circo del rock de los 70.
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