Los dos equipos de Roma fueron la lógica excepción, dada las grandes inversiones realizadas, a cuatro décadas de títulos repartidos entre dichas cinco escuadras -Juventus, Inter, Milan, Lazio y Roma-. Una tendencia habitual en Italia sólo rota en tres momentos: el Nápoles de Maradona, la Sampdoria de Mancini y Vialli y el sorprendente Hellas Verona.
Hellas, el club tradicional de la ciudad
El Hellas es el equipo histórico de Verona, y el más popular. Creado en 1903 por un grupo de alumnos que a petición de su profesor de Historia y Arte pusieron el nombre de Hellas, que es la manera clásica como los griegos llaman a su tierra, deriva de Helios (dios del sol).
En su escudo aparece la mencionada escalera, una bandera tricolor y una pequeña figura de dos perros mastines en honor al primer señor de Verona de la familia Scala, Mastino I. Todo el conjunto se sitúa sobre un fondo rayado amarillo y azul, tonos representativos de la ciudad.
Símbolos y colores que comparte en cierta medida con otro de los equipos de la población, de la periferia de Verona, y que desde hace un tiempo se mantiene en la máxima categoría. El partido contra el Chievo es conocido como el 'derbi de la Scala'.
El Hellas rompe las quinielas
El curso 1984-85 arrancaba en Italia. La considerada por aquel entonces como mejor Liga del continente tenía un quinteto principal con Juventus, Roma, Inter, Nápoles y Milan como claros candidatos al título. Incluso el Torino, el cual cumplía el décimo aniversario de su campeonato, contaba con opciones al 'scudetto'.
En el vagón de los olvidados se encontraba el Hellas Verona, quienes a pesar de haber sumado un par de buenas campañas tras su regreso a la élite -con un par de finales de Coppa incluidas-, seguían con el estigma de haber esquivado un descenso desde Serie B en 1981.
Platini, Boniek y Rossi (Juventus), Sócrates y Passarella (Fiorentina), Zico (Udinese), Falcao, Cerezo y Conti (Roma), Altobelli y Rummenigge (Inter), Aldo Serena (Torino), Baresi (Milan) y Maradona (Nápoles) acaparaban las portadas de los rotativos transalpinos a mediados de los ochenta. Periódicos de tirada nacional en los que raramente asomaban los jugadores del Hellas, hasta aquella temporada.
Michel Platini, el '10' de la Juventus |
La clave del éxito comenzó por una gran dirección tanto táctica como institucional. La dupla formada por Emiliano Mascetti, máximo goleador de la historia del club y director deportivo en aquella etapa, junto a Osvaldo Bagnoli, gran estratega capaz de generar variantes en el esquema de los Gialloblu, dio pronto sus frutos. La amistad surgida entre ambos y el entendimiento deportivo fue otro de los motores de los veroneses.
La construcción de una familia
La buena relación que emanaba el tándem Mascetti-Bagnoli se vio rodeada de una serie de futbolistas jóvenes y talentosos a los que les faltaban minutos en los equipos grandes y que terminaron contagiados del espíritu del vestuario, convirtiendo a la plantilla en una insuperable familia que compartía el tiempo de ocio en grupo. Esta política sirvió de base para el ascenso a Serie A y de trampolín para el 'scudetto' de 1984-85.
El equipo necesitaba un fichaje de prestigio para dar el salto de calidad. El elegido fue Lothar Matthäus, quien se encontraba cerca de dar el salto desde el Borussia Mönchengladbach al Bayern Múnich. Ante la imposibilidad de contratarle se pasó al segundo de la lista: Hans-Peter Briegel.
El polivalente futbolista germano, procedente del Kaiserlautern e internacional con Alemania, hizo pareja de foráneos con Preben Elkjær -en una etapa en la que sólo se permitían dos extranjeros por equipo y donde no existía el término comunitario o europeo-.
El once tipo de aquel Hellas campeón era el formado por: Garella; Ferroni I, Marangon I; Briegel, Tricella, Fontolan I; Fanna, Volpati, Galderisi, Di Gennaro, Elkjær. Una escuadra que jugaba de memoria y en el que cada pieza conocía perfectamente su rol de sacrificio y de generosidad, bajo la batuta paternalista de Bagnoli.
Una temporada de ensueño
El curso 1984-85 no pudo empezar mejor para los veroneses, quienes firmaron cuatro triunfos, entre ellos Nápoles -en el debut en Italia de Maradona, anulado por el marcaje de Briegel- y Juventus -con gol de Elkjaer, quien anotó sin una de sus botas-, además de un empate -ante el Inter- en las cinco primeras jornadas, aupando al Hellas a lo más alto de la tabla.
Lugar que no abandonaron en toda la temporada, a pesar sentir de la persecución ejercida por los 'neroazzurro' y de la lógica presión por la falta de costumbre de la institución de luchar por la Liga. El clásico 'mal de altura' que el entrenador Bagnoli siempre supo gestionar, con su habitual tranquilidad.
El alegre fútbol de los 'gialloblu' encontraba su recompensa en los favorables marcadores que sonreían al conjunto de Verona. La tensión saltó en uno de los duelos menos esperados, contra el Avellino, en una derrota no prevista que se vio minimizada por el empate en aquella jornada de Inter y la derrota del 'Toro'. La ciudad de Romeo y Julieta respiró tranquila.
El discurso optimista de Bagnoli caló en la plantilla, cada vez más consciente de la posibilidad de hacer historia ante el ilusionado público del Estadio Bentegodi, quienes llenaban las curvas de banderas amarillas y azules desde la primera fecha.
El respeto que produjo la segunda vuelta del campeonato fue amainando con tres citas claves que disputaron en febrero. Por un lado, el sufrido triunfo ante Udinese (con 3-5 final) y las tablas frente a Inter y Juve. Empates indispensables teniendo en cuenta que la victoria todavía contaba por 2 puntos y que ambos eran los principales perseguidores en la clasificación.
El golpe de mando definitivo se produjo en Florencia al barrer a la Fiorentina por 1-3. Era la señal definitiva de que no iban de farol. Un mensaje recibido por el resto de escuadras de Italia. Los 'mastines' andaban sueltos, con hambre de títulos.
Durante la primavera, la distancia de seis puntos acaudalada menguó peligrosamente después de caer en casa al Torino, en la segunda derrota de toda la temporada. Un revés que no fue aprovechado por el resto de candidatos y que dejó en bandeja a los de Verona para optar matemáticamente al 'Scudetto' a sólo 100 kilómetros de casa.
La invasión de Bérgamo
Alrededor de 120 autobuses y unos 10.000 aficionados tomaron Bérgamo para colorear de amarillo y azul las gradas del viejo estadio del Atalanta. El conjunto bermascano se adelantó y Elkjaer niveló la contienda. El resultado favorecía a ambos: los locales rubricaban su mejor presencia en toda su historia en Serie A y los veroneses se hacían con el campeonato. Todo esto hizo que los minutos finales se vivieran con una alegría compartida en la grada y un pacto de no agresión en el césped.
Verona tocó aquella tarde el cielo con un dedo, enamorando al 'calcio' con un juego atractivo que supuso otra licencia para un 'tapado' en la Serie A. Una tendencia que se ha frenado con el paso del tiempo. La Sampdoria fue en 1991 el último encargado de escribir su propia versión de Cenicientas que cambian el sentido a los cuentos y que se cansan de no acudir a la fiesta del 'Scudetto'.
El plantel de Bagnoli se desmontó en la edición siguiente del 'calcio'. Las nuevas estrellas veronesas salpicaron a los grandes del torneo transalpino, si bien todos dejaron parte de su corazón en la ciudad de los 'Capuletos y Montescos', tanto que volvieron a los 25 años para disputar un partido homenaje a aquella inolvidable temporada del Hellas Verona.