Iron Maiden se ha convertido en una especie rara dentro del panorama musical internacional. La formación británica lleva 40 años paseando orgullosamente su nombre por los escenarios de todo el planeta, sin recurrir a los viejos éxitos por decreto. Sin dar la impresión de necesitar un gira para recuperar antiguas sensaciones porque las ideas se han estancado. Sin reunir a glorias pasadas para aparentar que nada ha cambiado, cuando todo es distinto. Sin la obligación de editar un disco o publicar unos grandes éxitos para hacer caja.
La 'Doncella de hierro' ha grabado su decimosexto trabajo tras cinco años de silencio. Un lapso de tiempo que se ha hecho eterno para su legión de seguidores, pero que ha merecido la pena dado el resultado final.
'The Book Of Souls' no es un disco cualquiera. Ni siquiera uno más. El sexteto ha escrito una de sus obras más redondas. Un cautivador álbum compuesto por unos músicos sexagenarios que llevan décadas compartiendo shows y glorificando el nombre del heavy metal.
Iron Maiden. Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid
The Raven Age fueron los encargados de telonear a Iron Maiden. Se trata de una formación inglesa de reciente creación que practica un metal melódico y que cuenta en sus filas con George Harris, hijo del bajista de los Maiden.
A pesar del aval de Steve Harris, el novel grupo ni desmereció la oportunidad ni pareció estar en la cita gracias al apellido. Es más, dejó gratas sensaciones en su puesta de largo en la capital española.
Un abarrotado Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid recibió al combo británico con el mismo calor que emanaba el alquitrán de la cercana calle Goya, víctima, como el sufrido público, de los excesos de temperatura del verano madrileño.
El magnetismo de Iron Maiden es tremendamente poderoso, propio de uno de
los grandes mitos del rock. Un Olimpo privilegiado donde
llevan un tiempo instalados, con trono en propiedad y vistas al resto de
la humanidad.
El denominado como Dia del rock no pudo tener mejores anfitriones. Los Maiden lucieron su clásica puesta en escena con un decorado que envidiaría el propio productor de cine De Laurentiis y que en esta ocasión nos remontaba a la época precolombina, a un cruce entre la cultura maya y azteca, en uno de esos paseos por la historia que nos tiene acostumbrado la dupla Bruce Dickinson y Steve Harris, los cuales se mostraban tremendamente motivados, sin excesivo contacto entre ellos, pero con gran química con la grada, en especial el cantante, quien no paraba de brincar, moverse e incitar a la gente a seguir su contagioso y eléctrico ritmo.
Igualmente animado estaba Nicko McBrain, al que las cámaras instaladas junto a su semioculto set de batería dedicaban numerosas imágenes, constatando que sigue con la misma actitud juvenil y desenfadada.
Si el mayor miedo de una banda consolidada es la recepción que pueda tener su último trabajo, pronto palparon que la audiencia no solo había aprendido la letra sino hasta la melodía de los solos y acordes de los grandes pasajes que tiene el 'Book Of Souls', interpretados majestuosamente por la terna de guitarras formadas por Dave Murray, Adrian Smith y Janick Gers, quien pasó de estar ausente a dedicar muchos gestos de complicidad con las primeras filas.
La nefasta acústica del Pabellón era el único impedimento para que los Maiden rozaran la matrícula de honor. Un contratiempo ajeno a los británicos y que sigue condicionando a cualquier estrella que pisa el parqué madrileño.
Después de una buena ración del último disco, con seis canciones, incluyendo el tema dedicado al difunto actor Robin Williams y que toma el bonito nombre de Tears Of A Clown, el grupo rejuveneció unos cuantos años para rescatar tres de sus himnos más representativos, consiguiendo implicar incluso al 'alma' más escéptica.
El dúo formado por Hallowed Be Thy Name y Fear Of The Dark, cantadas ambas a coro por el auditorio, dio paso a la homónima Iron Maiden. La sintonía para entonces era total entre grupo y público. Una alianza que sellaba la mascota Eddie con su habitual aparición, siempre teatral y circense, siempre espectacular.
La caja de los truenos se había abierto y no había modo de silenciarla. Llegaba el tramo final con otro de los cortes más célebres, The Number Of The Beast, y dos menos habituales, o no tan asiduas en el repertorio, pero igualmente bien recibidas, Blood Brothers, haciendo hincapié en que lo que nos une es más que lo que nos separa, y Wasted Years como colofón, evidenciando que Iron Maiden no han malgastado el tiempo, que lo han invertido en ellos mismos y en nosotros, para que disfrutemos de su gigantesca figura, la de una de las mayores leyendas del rock.