Uno de los rincones más desconocidos del distrito de Chamberí, y más sorprendentes, es el centenario frontón 'Beti Jai', que en euskera significa "siempre fiesta". Un espacio casi oculto a los transeúntes de la calle Marqués de Riscal de Madrid, y que a la altura del número 7 muestra una preciosa fachada neoclásica decorada con cestas y pelotas, la parte delantera del mayor frontón de pelota vasca de la capital que está todavía en pie, dado que los otros siete frontones madrileños de pelota fueron demolidos a lo largo del pasado siglo.
El promotor donostiarra José Arana, que entre otros papeles fue gerente del Teatro Real de Madrid y se le considera como el 'padre' de la Semana Grande de San Sebastián, además del arquitecto Joaquín Rucoba fueron los responsables de su inauguración en 1894. Como recinto de juego de pelota su vida fue corta debido a la cantidad de partidos amañados, y el consiguiente alejamiento del público.
La parte externa del graderío es de estilo neo-mudéjar. Hay que pensar que en aquel entonces Chamberí era uno de los extremos de Madrid, casi a las afueras, por lo que no habría edificios cercanos y estos arcos de herradura serían visibles en la distancia. Además, al contrario que hoy en día, el precio del suelo era de los más baratos de la ciudad.
Posteriormente pasó por diversas manos y distintos usos, algunos tan sorprendentes como un taller mecánico, una escuela militar, una comisaría, una cárcel, un concesionario de Harley-Davidson y hasta estuvo ocupado y abandonado. No fue hasta 2011 cuando se le incluye como un BIC (Bien de Interés Cultural).
Uno de sus grandes adelantos fue el hecho de contar con un marcador automático, toda una modernidad en aquellos finales del siglo XIX, situado a gran altura y visible desde todas las localidades.
El 'Beti Jai' dejó de funcionar como recinto deportivo en 1919. Se estima que podrían acudir hasta 4.000 espectadores en sus gradas de varias plantas.
El Ayuntamiento de Madrid, que en aquel momento contaba con Ana Botella como alcaldesa, compró el frontón en 2015 para uso público por una cantidad de unos siete millones de euros. Toda esta operación se pudo llevar gracias al empuje de muchos ciudadanos anónimos y de colectivos vecinales, especialmente la Asociación sin Ánimo de lucro 'Salvemos el Beti Jai', para que hoy se pueda disfrutar de manera gratuita.
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